viernes, 14 de agosto de 2009

En el mundo medieval, los monasterios hacían la función de cuidades de dios, al igual que las villas, los pueblos y las aldeas eran las cuidades de los hombres. Eran los microcosmos en que los hombres y mujeres allí reunidos se entregaban al trabajo y la oración; en un mundo oscuro y bárbaro fueron los que preservaron la cultura clásica para los siglos venideros.
Desde hace miles de años han existido hombres que voluntariamente han abandonado la sociedad para retirarse a meditar y orar en soledad, son los ermitaños y anacoretas. En algunos casos, prefirieron agruparse en pequeñas comunidades en las que trataron alcanzar estos mismos objetivos; de esta manera surgieron los monasterios, pequeños microcosmos autosificientes, que se regían por sus propias reglas. Pronto, el resto de la sociedad, deseosa de lavar sus pecados y de ser incluida en las oraciones de los monjes, fue ofreciendo a los monasterios donaciones destinadas a ennoblecer los edificios monacales.

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